El bueno de Octavio es un arquetipo del siglo XIX.
Abdón Senén en un periódico local de la fecha hace referencia a un individuo genérico que podía dar el tipo del joven Maragoto, don Octavio. La gacetilla versa sobre una joven que rechaza a un admirador por considerarlo ladino, hablador en castellano, interesado por el dinero y la posición de la moza y que además sería rechazado por el padre si se le ocurriera pedirle la mano...; y que buscando la dote lo hace en vano...
Para el personaje de Octavio, en que se basó Lugín, hay demasiados pretendientes.
Citaré alguno:
El literato Jacinto Octavio Picón, que se halla en la antípoda estética de Lugín.
Para Octavio Picón todas las señoras se debían a su sexo, que estaba muy interiorizado en sus mentes y en algunas bastante exteriorizado, mientras que para don Aljandro Pérez-Lugín, las mujeres eran unos sers humanos de bien, de su casa y castillo; y todas, incluidas las sanguíneas modistillas, eran unas modelos prerrafaelistas que avanzaban paso a paso y trompicón por la existencia a la búsqueda de: ...una familia, un esposo enamorado y unos niños siempre pequeños en su corazon por los que llorar y a los que cuidar y de los que estar pendientes durante toda su vida...
En cualquier caso don Jacinto Octavio, que en sus apreciaciones extremó lo que escribieron Clarín, Valera, la Pardo, Karr y Eça de Queirós, era el bibliotecario de la Real Academia Española cuando a Lugín —admirador de Pereda y del blanco folletín— se le concedió un premio por su novela La Casa de la Troya; «Obra Premiada por la Real Academia de la Lengua Española».
El segundo Octavio es el protagonista de La muceta roja, en la novela de Rodríguez Carracido. Un masoquista que se desvía del buen fin al que iba dirigido a causa de su incontinente ansia de ascenso social; tal como Cayo Sotelo. El autor, Carracido, se permite hacer unas alusiones indirectas al comercio El Buen Gusto, del padre de Lugín, como si entre su progenitor, que era barbero y alfayate, y el de don Alejandro Pérez-Lugín hubiera reconcomios sin rsolver.
Para no extenderme, el postrero Octavio, el último mohicano, procede de la conocida novela de Tamayo y Baus, Un drama nuevo, que Pérez-Lugín en su papel de crítico de teatro tuvo que conocer. Walton, el conde Octavio, el traidorcísimo Octavio, que en el desarrollo de su papel teatral engaña a todos-todos e incluso a Yorick abusando de su esposa, hasta que éste último excediendose en su interpretación lo mata de verdad sobre el mismo escenario.
No olvido que en la España del XIX el nombre de Octavio era bastante usual. Hay otros Octavios a lo largo y ancho de la literatura mundial que en la línea de Propp podrían ser el mismo. Menciono al duque Octavio en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina y a El señorito Octavio de Armando Palacio Valdés, publicada en 1881. Las concomitancias entre La Casa de la Troya y La hermana san Sulpicio, de don Armando, han sido puestas de manifiesto por varios historiadores de la literatura.
En otros epígrafes incido en la naturaleza compostelana del nombrado como Octavio, relacionándolo con los Fernández-Valiño y Fernández-Valín.
Lucindo-Javier Membiela
Matias Membiela Pollan
*Quede de manifiesto que el epicúreo Jacinto Octavio Picón, secretario de la RAE, pudo tambien ser uno de los sujetos que inspiraron al actante Octavio de La Casa de la Troya.